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Foto del escritorKaren Lentini Gómez

«En Crema Paraíso hay un esfuerzo de contención enorme (soy un escritor muy excesivo)»

Actualizado: 3 sept 2020


Imagen El Nacional


Crema Paraíso, publicada por Alianza Editorial (España), escrita por el periodista y escritor Camilo Pino (Caracas 1970); es una obra que se saborea sorbo a sorbo como una limonada frappé.


Un reality show en Crema Paraíso, parece antagónico a la literatura y sin embargo, es un singular planteamiento que da mucho juego al lector y a los personajes. Lope de Vega, Tirso de Molina y Quevedo no contaban con estos shows, pero sus comedias eran un espectáculo de la época.  Salvaguardando el ejercicio de la escritura, el show  moderno y las comedias parten de la realidad y las dos son narraciones ficcionales ¿Percibe que tengan algo más en común?


Casi todos los programas que vemos en la televisión son relatos. Un telediario es una colección de pequeñas historias con su principio, sus personajes, su desenlace y su final. Podemos decir lo mismo de un reality y hasta de un partido de fútbol. Pero claro, el objetivo de un programa de televisión es, sobre todo, entretener y vender, en cambio, una obra literaria tiene una función estética.


La relación entre la escritura y el espectáculo es tan vieja como la literatura misma. Tal como dices, el arte dramático, el teatro, es uno de esos puntos de encuentro entre la literatura y el espectáculo. Hay casos como el de la Tempestad de Shakespeare, por ejemplo, donde se logra un balance perfecto entre arte y espectáculo.

A mí me interesa mucho el aspecto teatral de las personalidades de los escritores, el escritor como personaje, casos como el de Oscar Wilde, Truman Capote, o Lord Byron, por ejemplo. Ese es uno de los temas de Crema Paraíso, que desarrollo a través de la vida imaginaria del poeta Dubuc.  



¿Sobre qué se sostiene un autor para evitar caer en el ridículo cuando intenta escribir una obra humorística?


Fíjate que yo creo lo contrario, que el ridículo es casi necesario. Una vez escuché una conferencia sobre el humor de John Cleese, el comediante de Monty Python, en la que decía que un buen comediante tiene que estar dispuesto a hacer el ridículo y que las formas más básicas del humor, como el humor escatológico, pueden ser tan válidas como el más sofisticado de los chistes.  

Los narradores tenemos la ventaja de contar con nuestros personajes, a través de los cuales podemos hacer cosas que nunca haríamos nosotros mismos. A través de ellos podemos cometer errores, y si te lo pide la lógica de tu obra, el ridículo. El Quijote hace el ridículo desde la primera página y mira lo bien parado que dejó a Cervantes.


El tema de la relación entre padre e hijo es reiterativo en la literatura y aparentemente no se agota. Santiago Roncagiolo afirma que escribir sobre la relación padre – hijo es intimista y controvertido, que el autor no puede filtrarlo todo ¿Por qué cree que sigue siendo un tema interesante?


Si te pones a ver, para la mayoría de las personas, las relaciones más importantes son las filiales y las amorosas. Las primeras nos forman, las segundas suelen definirnos o transformarnos. Eso siempre ha sido así, sino pregúntale a Sófocles y Freud. Supongo que por eso es inevitable que el tema filial sea una fuente constante de material literario.

En el caso de Crema Paraíso, la elección del tema fue accidental. En realidad, lo que vino primero fue la historia, que me llegó a través de un testimonio oral en un podcast muy famoso aquí en los Estados Unidos, The Moth, y que se fue transformando hasta convertirse en la historia de un gran poeta y su hijo extraviado.    


La literatura ayuda a comprender conflictos difíciles de digerir, puede tener una función didáctica o ser mero entretenimiento. De cualquier manera coloca al  lector y al autor frente al espejo ¿Qué reflejo le ha dado Crema Paraíso?


Más que reflejarme en mis novelas, yo busco aprender de ellas, y lo digo en varios sentidos. Primero, en el sentido del oficio. Se aprende a escribir escribiendo y cada novela es un paso en esa dirección. En Crema Paraíso hay un esfuerzo de contención enorme (soy un escritor muy excesivo) que fue muy importante para mí. Y luego, creo que uno aprende de sus personajes, precisamente porque son diferentes a uno. Con el poeta Dubuc pude explorar un territorio que me interesa mucho, que es el de la creación artística y por supuesto, el de la relación filial.  


A veces se da por natural y lógico que el ser humano modifique o cambie sus ideas con el tiempo y la madurez. En Crema Paraíso y en la vida muchos dejaron su admiración por la revolución a los 20 años ¿Qué autores continúa leyendo?  ¿Cuales le han desencantado y cuál es el origen de ese desencanto?


Y también está el efecto del paso del tiempo sobre la obra. Hay escritores que envejecen mejor que otros. Ibargüengoitia, por ejemplo, crece con cada lectura (por cierto, siempre mantuvo una actitud muy crítica e independiente en torno a la revolución cubana).

El problema con la literatura política, se da cuando la propaganda contamina a la obra. Hay casos muy obvios, como el del Cortázar panfletario, que es patético, pero sería una tontería negar la fuerza de sus cuentos. Un ejemplo parecido es el del Chino Valera Mora, cuyos poemas stalisnistas nos parecen una aberración hoy, pero que también dejó poemas magníficos.


Para mí el criterio final para juzgar una obra debe ser puramente estético, literario, pero entiendo que el gusto evoluciona (tanto el personal como el social) y que una obra que no me guste no es necesariamente mala. La pregunta más objetiva que uno se puede hacer para valorar un libro, creo yo, es si el autor logró su cometido.  


Siguiendo con la observación de Roncagiolo  ¿Al  autor le basta con observar e imaginar los sentimientos de sus personajes para realizar una buena novela?


Bueno, imaginar los sentimientos de los personajes es importante para construirlos. Pero depende mucho de lo que se quiera hacer. Hay obras que dependen más de sus personajes, otras de sus tramas y otras del lenguaje. La psicología del personaje es fundamental, pero, a menos que se trate de una novela sicológica, es apenas uno de los ingredientes.


Cada autor tiene su método. Hay quien escribe a partir de una trama predefinida. Hay quien escucha las voces de sus personajes y se deja llevar por ellas. Yo estoy en el medio. Me muevo entre una trama y las voces de mis personajes. Al final ellos son quienes definen la novela, pero les voy dando independencia muy de a poco


El poeta Dubuc, personaje principal de Crema Paraíso, introduce una reflexión a través de una parábola sobre el beisbol, y hay una frase que me ha gustado mucho: «…el bateador siempre acierta por instinto» ¿El escritor también?


Yo creo que sí. Es más, me atrevo a decir que pasa con todas las profesiones, pero sobre todo con las artísticas. El artista depende mucho del impulso, del instinto. Claro, detrás de ese impulso puede haber mucho estudio y esfuerzo, mucha disciplina, pero es importantísimo confiar en el instinto. Cuando una frase te suena mal, o una escena te molesta, sueles tener razón, aunque no sepas por qué. Si piensas demasiado en tu obra, si la racionalizas demasiado, corres el riesgo de acartonarla o edulcorarla.


En una entrevista realizada por Nelson Rivera en Papel Literario usted comenta que escribió esta novela sin asfixiarla  ¿En qué sentido? ¿Cómo se asfixia una novela?


Fíjate que mi problema es el contrario. Yo en lugar de asfixiar mis novelas, tiendo a meterles tanto oxígeno que las quemo. Por eso me impongo límites y  trato de controlar a mis personajes y a sus acciones, porque si me dejo llevar por ellos me pueden llevar a sitios muy extraños. En Mandrágora, mi novela anterior, terminé acosado por hombres lobos y vegetales asesinos. Pero claro, una novela o, de hecho, cualquier obra artística, se puede asfixiar si se restringe demasiado, si el autor confunde el plan con la obra.



¿Por qué opina que al lector no le interesa el proceso de escritura? 


El lector tiene derecho a interesarse en lo que quiera, incluyendo el proceso de escritura, pero mi responsabilidad como autor se reduce a la obra. Si para poder escribir una novela, me caigo a porros, o dejo de comer por un mes, o si duermo en una cama con clavos, pues eso es un problema mío, no del lector. El encuentro con la obra no incluye al autor, es una acción que se da entre un lector y un libro. 

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